La nuevas tecnologías nos ponen las cosas cada día mas fáciles. Ya no vale decir que no disponemos de medios técnico para realizar nuestros proyectos. El mundo del cine se ha democratizado de tal manera, que en pocos años hemos pasado a tener al alcancé de la mano, unas herramientas que nos permiten de una forma fácil y económica acceder a una calidad con la que antes solo podían soñar unos cuantos privilegiados que contaban con grandes presupuestos. Hoy en dia la creatividad y el buen hacer son los que nos marcan los limites.

Tenia ganas de escribir sobre los espectaculares vídeos que suelo ver amenudo en el portal Vimeo y este vídeo me ha ofrecido la oportunidad por varias razones: Primero porque su calidad visual como su postproduccion es de un buen hacer digno de admiracion, después porque esta realizado con las cámaras con las que normalmente sacamos fotos y grabamos videos en el estudio (canon 5D markII) Tercero porque su director es un joven talentoso de 26 años llamado Ian Ruschel afincado en Brasil. Esto nos dará una buena idea de el gran nivel en que se encuentra el mundo audiovisual. Y por ultimo, porque este verano me he estado leyendo muy gustosamente la biografía del protagonista del videoclip, el famoso escritor argentino Jorge Luis Borges, y me ha hecho ilusión ver tan curioso homenaje. El viejo Buenos Aires y Borges dos imprescindibles siempre. Disfrutarlo.

Buenos Aires: Las Calles de Borges from Ian Ruschel on Vimeo.

Aquí dejo tambien un fragmento de uno de sus mas famosos cuentos, el Aleph:

El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Frey Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer de pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, la de Philemont Holland, vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplicaban sin fin, vi caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la delicada osadura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi propia sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo.